En
la clínica se observa con bastante frecuencia la queja de falta de diálogo en
las relaciones humanas.
La
interacción continua mediante el lenguaje es fundamental en el quehacer humano.
A través de la palabra mediatizamos nuestro accionar y disipamos dudas,
certezas, mentiras.
Las
relaciones humanas están atravesadas por la palabra. Cada uno de nosotros es
pensado y toma sentido en la medida que está incluido en un universo simbólico.
De esta manera nos vamos posicionando y de acuerdo con esto podremos establecer
un diálogo de mejor o peor calidad.
La
calidad del diálogo con el semejante está íntimamente ligada al lugar que cada
uno de los intervinientes le otorgue.
Pensemos
en el lugar que cada uno de nosotros ocupa en la red social. Estamos todos en
una misma sintonía? Si no fuera así se produciría, cosa que sucede, una
disrupción en la cadena significante y daría lugar a los malentendidos. A
partir de ese momento y de acuerdo a como cada cual se haya apropiado de la
realidad podrá llevar adelante cualquier tipo de interacción con otro.
En
nuestra sociedad, en particular, en estos momentos podemos visualizar la forma
enferma en que se considera al semejante que no comparte las mismas ideas. En
lugar de establecer la escucha, que nos llevaría al discernimiento de la
postura del otro, se intenta de manera violenta instalar la propia sin
miramientos. Esto acontece por dos cuestiones bien definidas, la primera no hay
cabida para la representación del sujeto-semejante y la segunda porque se posee
la premisa que cualquier tipo de modificación en el pensamiento es considerado
signo de debilidad.
En
el consultorio el analista trabajará con estas problemáticas discursivas el
tema está en aquellos que abrazan dogmas. Por eso la importancia de establecer
prácticas y ejecutores comunicacionales idóneos al igual que lectores que sepan
descubrir las intenciones encubiertas.
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