Es de vasto conocimiento por todos nosotros la manifestación recurrente de actos de agresión en las escuelas. Ese modus operandi se da entre pares y entre alumnos y profesores. La comunidad educativa exterioriza con bastante preocupación la situación que se les plantea ya que carecen de herramientas suficientes para su resolución.
Analicemos el contexto. Existe una sociedad que plantea una inmediatez para la conclusión de las diversas situaciones de la vida, el consumo de objetos compulsivamente como sustitutos de objetivos, la no atención a la diversidad para aislarla y concentrar un único modelo de convivencia. Como se puede inferir si homogeneizamos las ideas y no se construye para la riqueza del intercambio de significaciones, la interacción intersubjetiva es nula.
Además existe otro condimento interesante a saber, los adultos a cuyo cuidado se encuentran los menores poseen poca o nada de influencia en ellos ya que han potenciado un constante descrédito a la función que detentan. Como es que hemos arribado a tamaña situación? Es una pregunta que tenemos que realizarnos todos. No vamos a pensar que se origina este malestar de un día para otro. Tampoco seria licito endilgar la cuestión a la escuela. A esta altura de los acontecimientos se hace menester reflexionar acerca de la responsabilidad que le amerita a cada uno.
Freud ya planteaba el curso de la pulsión agresiva en varios de sus textos, “ Las pulsiones y sus destinos”, “Tres ensayos sobre la teoría sexual”, “El malestar en la cultura” entre otros; estableciéndose en ellos la concepción que el sentimiento de odio implica directamente a la instancia psíquica del yo. El odio deriva de una actuación defensiva del rechazo, que el yo narcisista opone a las excitaciones provenientes del afuera. El fenómeno de frustración equivale, en la concepción freudiana, al de herida narcisista. Es por eso que la agresión mas que procedencia de la no satisfacción de las pulsiones, aparecería cuando el yo sufre esta herida narcisista que seria castigada por el obstáculo en cuestión.
Estos conceptos nos indican que la agresión forma parte de la naturaleza humana y por consiguiente tiene su inicio en la infancia, vale decir que su dosificación esta a cargo de la interacción con aquellos que tiene a cargo la función de educar.
Por otra parte vivimos en una sociedad cada vez mas agresiva y despersonalizada que enseña a a ser agresivos si queremos conseguir un cierto nivel de vida o a veces simplemente para sobrevivir. La agresividad instrumental es un fenómeno cotidiano y esto no puede mas que reflejarse en la escuela.
La escuela también acusa los embates de la globalización en una era posmoderna donde los valores y la ética no existen; donde la escuela es utilizada como medio para emparchar aquello que el estado no se compromete colocando a los docentes en un rol de chivo expiatorio. Todo contribuye la falta de trabajo, el sin sentido de la educación, la frustración de una generación que le cortaron las alas, las familias aglutinadas y desmembradas.
Donde depositar entonces la rabia, la impotencia así como la necesidad de ser escuchados? A quienes recurrir para interrogar acerca de la violencia familiar? Con quienes compartir la angustia? Si con la comunidad educativa que también tiene dificultades propias, familias pero que intenta de alguna forma descomprimir tamaña angustia de estos semejantes diariamente.
La violencia en algún punto es un quantum de angustia almacenada que puja por salir y cuando lo hace lo proyecta envuelta en hostilidad desenfrenada.
El tema de la agresión nos convoca a todos. No es un tema menor, tiene que ver con la calidad de vida. Esta inmerso en la interioridad de nuestro ser y en los modelos que proponemos a nuestros jóvenes. El meollo de la cuestión se centra en que cada uno de nosotros se comprometa con el rol elegido y su subrogado la función especifica dejando de la lado la búsqueda de culpabilidad en el otro.
Ya lo decía Fend (1974) “ La escuela vendría a ser el medio institucional de socialización y como tal esta estrechamente vinculada con la estructura o sistema social predominante”
Noemí Di Donato
Psicóloga - UBA
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