En estos tiempos de la modernidad liquida al decir de Zigmunt Bauman la palabra poder ha adquirido una connotación cada vez más fuerte. Según el diccionario de la Real Academia poder es la facultad de dirigir algo, la pregunta que me surge es: ¿esa facultad la poseen quienes nos dirigen?
El concepto de poder es muy complejo y esta arraigado en el ser de muchos sujetos de manera malsana y equivoca. Esta idea que se le impone al sujeto hace de él una persona cargada de una única expectativa de satisfacción. En ese aspecto el sujeto en cuestión se encuentra dominado por una animosidad a la concreción de acciones que le permitan el ejercicio de ese poder que lo exceden a él. En este vasallaje continuo del espacio de los otros para dar cumplimiento a un deseo singular nos enfrenta a un circuito enloquecido de autosubsistencia despojando al resto de los seres humanos de la categoría de semejante y fracturando hasta la desintegración el contrato social implícito.
De esto se desprende que la sociedad incursiona en una paranoia colectiva que es correlativa a la ausencia de una ley que regule las acciones, apareciendo el Superyo, que se rige por la existencia del deseo reconozca que un ser humano sepa que si realiza ciertas acciones será premiado y que si ejecuta otras será castigado. Lo que constituye la base de todo bienestar y reaseguro futuro.
¿Cómo se ejerce la norma? Una buena pregunta para ser formulada. En principio conocerla ya que el desconocimiento es un beneficio secundario para así eludir la decisión respecto a que acciones son validas hacia el semejante pero convengamos no en cualquier sociedad en esta donde toda lesgilación ha sido arrasada por intereses sectoriales. Esto conlleva a la violencia sin regulación política, instauran los múltiples modos con los cuales la sociedad desintegrada se venga de la ausencia de justicia de modo brutal y carente de observancia hacia delante, entre otras cosas la perdida de trabajo que soporta no solo el riesgo auto conservativo por la privación sino también las deconstrucción de identidades producidas a lo largo de las generaciones, la imposibilidad de la promesa generacional de los padres hacia los hijos desde la descomposición de las relaciones al semejante a través de la atomización y aislamiento. En esta línea de análisis es menester mencionar el INDEC, fiel reflejo de una desmentida constante de quienes se encuentran ejerciendo el poder.
La realidad económica no es la que genera en si misma formas de desmantelamiento que vemos precipitarse sino que se trata que esa realidad económica incide en el psiquismo dando cuenta del fracaso de un proyecto individual y colectivo que genera condiciones de vida exentas de calidad. La realidad que debemos recuperar es aquella donde se puedan construir sistemas de representaciones que restituyan el derecho a pensar y a estructurar proyectos que no limiten nuestras acciones, y que no nos despojen de la identidad para sustituirla por otra que nos empuje al sin sentido y a un cuerpo sin subjetividad en el espacio de la vida humana.
Lic. Noemí Di Donato
Magister en psicologia U.B.A
Doctoranda U.B.A
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